Bitácora de lectura:
Petit, M. (2015) Leer
el mundo. Experiencias actuales de transmisión cultural. Argentina: Fondo de Cultura Económica.
Leer el mundo: Hacia una cultura de la
cooperación.
Al “Leer el mundo” de Michéle Petit, nos sumergimos en su
mundo, en su pedacito de realidad, en su forma de concebir la lectura como un
viaje a un universo desconocido que nos amplía nuestro horizonte cultural, de
manera tal que, tras leer su pedacito de
mundo, el verbo leer se transforma, es más que una acción, es más que
decodificar palabras, es un estilo de vida, una manera de comprender el mundo y
comprenderse así mismo.
“Leer el mundo: Hacia una cultura de la cooperación”,
como he decidido titular esta bitácora de lectura, por pensar los libros como
una fuente de transmisión cultural, en su sentido más amplio, busca compartir
mi experiencia con la lectura de Petit, para que ustedes, al leerme, puedan
contribuirme con un poco de su experiencia, comentando o criticando este
concepto de lectura inagotable que se presenta a ustedes a través de mí, y que
se presentó ante mí a través de esta gran escritora francesa.
Queda de manifiesto que al leer nos adueñamos de diversas
experiencias, sentimientos y emociones, nos identificamos con nuevas culturas,
conocemos diversas ideologías y nos hacemos parte de un mundo, que por un
instante, nos pertenece en su totalidad. Petit,
mediante su libro, abre una invitación hacia una cultura de la cooperación, la
cual se puede lograr cambiando la idea de lectura impregnada en la sociedad,
esa idea que establece que la relación entre lector y libro es unidireccional.
Lo que hace Petit en “Leer el mundo” es, en pocas
palabras, concebir el libro como un ente abierto, y, por ende, la relación
entre lector y libro cambia, es una relación bidireccional que permite el
diálogo entre lector(es), libro(s), sentimientos, emociones y experiencias de
vida. De esta forma, el lector adquiere un papel activo, lee y se siente
partícipe de algo nuevo, conoce una nueva cultura y la hace parte de él, y a su
vez, es capaz de compartirla con otros que, resistentes sentir el placer de la
lectura, se niegan a caer en la magia que esta puede ser capaz de
proporcionarles.
Muchos dicen, y se desaniman al decirlo, que la sociedad moderna
ya no deja espacio para el desarrollo de un placer por la lectura. En un mundo
donde la vida cada vez es más agitada, donde la tecnología reina sobre súbditos
de lo instantáneo, donde las personas viven para trabajar, y no trabajan para
vivir, donde los números importan más que las cualidades, se hace inconcebible leer
un libro, pues se considera una pérdida de tiempo. De esta forma, la lectura
más valorada es la de carácter utilitario, donde la persona lee de manera
automática para replicar la información que allí se encuentra.
Por este motivo, en las escuelas – lugar que debiere ser
el reino de la transmisión cultural y ayudar a pavimentar el camino hacia una
cultura cooperativa - la lectura se
trabaja con fines puramente utilitarios, dejando de lado el placer que provoca
leer y el conocimiento de mundo que la lectura nos proporciona.
En Chile, y hablo
con algo de propiedad, pues he tenido la oportunidad de observar diversas
realidad educativas, la lectura es un eje de lenguaje y comunicación más bien
olvidado. La lectura se trabaja de manera aislada, ya sea por medio de la
designación de un libro mensual que es evaluado para posteriormente obtener una
calificación, ya sea con el manoseado plan lector de los quince minutos de
lectura, donde muchas veces se restringen los libros a leer, o, simplemente, no
se lee.
Con lo anterior, queda de manifiesto
que en las unidades educativas chilenas, tal como ocurre en los
establecimientos educativos en Francia, y otros países a los que Michéle Petit
hace referencia en su libro, prima una enseñanza de la literatura, en las que
leer por el simple placer que provoca hacerlo, no existe por ser algo no
cuantificable.
En miras de una educación literaria, en la que prime el
placer de la lectura y el goce estético, la escuela no debiese buscar formar
lectores de manera imperativa, sino invitar a los estudiantes a involucrarse en
el maravilloso universo del leer.
Además de esta invitación, es sumamente necesario, crear
espacios de lectura en que los estudiantes tengan un rol activo, lean y
compartan sus experiencias de lectura, para así formar redes de lectores, que
hagan mucho más enriquecedora la práctica de leer. Para esto, una muy buena
metodología sería emplear el enfoque “Dime” de Chambers, que se abordó en el
post anterior.
Michéle Petit, nos habla de la experiencia de la lectura
como si fuera una constelación, esto es, “la idea de que no existen astros
aislados, de que somos parte de un conjunto” (Petit, M. p. 36). He ahí la
importancia de formar estas redes de lectores y dar las instancias a los
estudiantes de compartir sus experiencias de lectura, como lo plantea el
enfoque para la conversación literaria comunitaria, “Dime”.
De esta forma, será posible apreciar la construcción de
mundo que suscita el leer diversos libros, puesto que se dará paso a una
transmisión cultural y hacia una cultura cooperativa, ya que los libros y la
lectura, sin duda alguna, establecen un punto de unión entre personas que
pueden estar a millones de kilómetros unas de otras, y pueden hacer más
evidente, las relaciones culturales existentes entre aquellos que pertenecen a
una misma cultura.
He ahí la magia
que proporciona la lectura, que alberga diversas personas, por muy distintas
que sean, bajo un mismo techo: el libro. Michéle Petit, dice: “Un libro es una
suerte de choza que se puede llevar consigo, se lo abre, uno se desliza en él,
se puede volver a él […]” (p. 50). Por lo tanto, leer es, y debiese ser, mucho
más que una utilidad social, y convertirse en una exigencia vital, debido a que
leer es irse a otros mundos que desconocemos, si comprendemos lo que leemos,
comprenderemos, en gran parte, lo que vivimos nosotros y lo que viven los
demás.
Es así, como junto a la educación
literaria, se hace cada vez más incipiente una educación sentimental, la cual
puede ser posible si dejamos a un lado la enseñanza de la literatura. Esto
podría ser posible si ponemos en la palestra los sentimientos, la reflexión y
la crítica que emergen tras la lectura, y dejamos de lado los aspectos
conceptuales y funcionales, propios de la enseñanza de la literatura, los
cuales, como mencioné anteriormente, son fomentados y demandados por la
sociedad actual, que no permite la educación de sentimientos, por considerarlo
algo no tangible ni cuantificable.
Volviendo
al contexto en que estamos inmersos, el cual dije que es poco favorable para el
desarrollo de un hábito lectura, transmitir la magia de leer se hace
indispensable. Por este motivo, es necesario que la lectura, este aspecto
olvidado tanto en las familias como en las escuelas, tome el lugar que merece,
para lo cual, ambos entes deben actuar como mediadores entre el libro y el
estudiante.
La magia de la lectura es algo que debe transmitirse y no
imponerse, y lo ideal es que la transmisión se produzca desde la infancia para
que la interacción con los libros sea progresiva, y para que, desde pequeño, se
comience a ser partícipe de estos nuevos mundos. Lamentablemente, la realidad dicta
mucho de estos anhelos, las familias delegan este trabajo a las escuelas, y las
escuelas, preocupadas por los números, no dan las instancias de diálogos entre
el estudiante y el libro, y la conciben con un fin utilitario, sin lugar a
conversaciones sobre el libro, a la elección de estos por parte del estudiante,
y evaluando aspectos de la teoría
literaria y de la historia de la literatura, que muchas veces desplaza a la
lectura del mismo libro, dejando de lado en el aula la educación sentimental y
artística tan necesaria y olvidada.
Leer por placer se convierte en algo extraño, a la vez
que una pérdida de tiempo, según algunos, quienes ligan esta práctica a las mujeres, por el machismo imperante en la
sociedad y por la idea de que la mujer, tiene un rol pasivo en la sociedad, y
hace nada, por lo que le queda tiempo para leer.
Lo anterior provoca una exclusión de la vida cotidiana de
la lectura, en particular, y del arte, en general, esto produce un sentimiento
de extrañeza hacia quienes presentan afición por leer. Gozar de un buen libro y
disfrutar con el arte, parece ser un
privilegio de unos pocos, muchas pueden ser las razones.
En Chile, el
impuesto al libro es alto, como consecuencia los libros son caros; las
bibliotecas son lugares, por lo general, cerrados, y la enseñanza de la
literatura en desmedro de la educación literaria, hace que se pierda el
verdadero sentido de leer.
Sobre la base de lo anterior, y para
reivindicar el sentido verdadero que implica leer, cabe recalcar que ya sea la
familia, ya sean las escuelas, deben actuar como mediadores, por ende, se debe
compartir la posibilidad de los estudiantes de conocer estos nuevos mundos, y
no ser imperantes a la hora de buscar crear el hábito lector. Es necesario
reconocer que cada persona, al igual que un libro, es un mundo, por lo tanto
hay que conocer y respetar las diversas disposiciones que tienen ante la
lectura.
La escuela debe enseñar a pensar, no hacer que los
educandos sean meros replicadores de conceptos. El estudiante debe tener un
papel activo en su proceso de enseñanza- aprendizaje, por lo tanto, una forma
de empoderarse de sus conocimientos, es leyendo, compartiendo sus experiencias
de lectura, reflexionando, criticando e interiorizándose con lo que lee. Junto
con lo anterior, es necesario implicar en estos procesos de lectura a la
familia, para que esta no se sienta ajena a este nuevo mundo que experimentará
el estudiante.
Invitar a leer a los que no leen, es invitarlos a
sumergirse al mundo de la fantasía, una forma de llevarlos a cumplir, mediante
las vivencias de otros, sus deseos y anhelos. Quienes habitamos en este mundo
tan individualista, competitivo y muchas veces cruel, necesitamos escapar y el
mejor refugio es un buen libro. Allí encontramos resueltos nuestros deseos y
anhelos, allí vivimos una vida que no nos pertenece en su totalidad, pero que
nos aporta a nuestra experiencia de mundo.
Hay que reivindicar el papel del
libro y la lectura, en un mundo en el
que la tecnología se ha vuelto la protagonista, donde prevalece lo rápido en
una vida que presenta un ritmo agitado. Para esto, la necesidad de compartir,
más que de imponer, se hace fundamental, por lo que hay que conocer los gustos
de quienes deciden no leer, no con el fin de reprocharlos, sino de entenderlos
e invitar a los no lectores a ser lectores.
Es sumamente necesario dar cabida a una educación
artística, mediante una educación literaria, en que se rompa con la concepción
formalista de la literatura, y se conciba como tal: una instancia para ampliar
nuestro universo y dar sentido a nuestras vidas. Petit, nos invita a dejar de
defender la utilidad de la lectura, pues la lectura tiene valor por sí misma.
Lo anterior, es se
traduce en una forma efectiva de abrir el camino hacia una cultura de la
cooperación, en la que los estudiantes sean entes activos en la construcción de
una sociedad crítica, justa e inclusiva, en la que la lectura juegue un rol
protagónico gracias al proporción de diversas experiencias en la que podamos
mirar la vida con los ojos de otros.
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